sábado, 22 de febrero de 2014

Dans leurs regards indifférents. Madame Bovary. Gustave Flaubert.



      Un grupo como de quince hombres, entre los veinticinco y los cuarenta años, diseminados entre los bailarines o charlando unos con otros junto a las puertas, se diferenciaban de los demás por una especie de aire de familia, por muy distintos que fueran sus rostros, sus atuendos o su edad.
   
 Sus fracs estaban mejor cortados y parecían de tela más delicada, como también parecía abrillantado por pomada más fina su cabello ensortijado en las sienes. Tenían el cutis de los ricos, esa tez blanca que se ve realzada por la palidez de las porcelanas, el viso tornasolado de los rasos y el barniz de los muebles preciosos, y que se mantiene en toda su lozanía gracias a un régimen sabio de exquisita alimentación. Movían el cuello cómodamente por encima de las corbatas flojas, usaban largas patillas, cuellos de solapa vuelta y pañuelos con una gran inicial bordada, que exhalaban un aroma suave y con  los que se secaban los labios de vez en cuando. Los que ya empezaban a envejecer tenían un aspecto juvenil, al mismo tiempo que, por otra parte, una especie de madurez invadía el rostro de los jóvenes. En sus miradas indiferentes vagaba la beatitud de las pasiones saciadas a diario; y, a través de sus amables modales, se abría camino esa brutalidad peculiar que confiere el dominio de las cosas semifáciles en la que se adiestra la fuerza o se entretiene la vanidad, como el manejo de caballos pura sangre o el trato con mujeres de vida disoluta.

Madame Bovary . Gustave Flaubert. Tusquets, 2013. Traducción  de Carmen Martín Gaite . Página 63


Quelques hommes (une quinzaine) de vingt-cinq à quarante ans, disséminés parmi les danseurs ou causant à l’entrée des portes, se distinguaient de la foule par un air de famille, quelles que fussent leurs différences d’âge, de toilette ou de figure.

Leurs habits, mieux faits, semblaient d’un drap plus souple, et leurs cheveux, ramenés en boucles vers les tempes, lustrés par des pommades plus fines. Ils avaient le teint de la richesse, ce teint blanc que rehaussent la pâleur des porcelaines, les moires du satin, le vernis des beaux meubles, et qu’entretient dans sa santé un régime discret de nourritures exquises. Leur cou tournait à l’aise sur des cravates basses ; leurs favoris longs tombaient sur des cols rabattus ; ils s’essuyaient les lèvres à des mouchoirs brodés d’un large chiffre, d’où sortait une odeur suave. Ceux qui commençaient à vieillir avaient l’air jeune, tandis que quelque chose de mûr s’étendait sur le visage des jeunes. Dans leurs regards indifférents flottait la quiétude de passions journellement assouvies ; et, à travers leurs manières douces, perçait cette brutalité particulière que communique la domination de choses à demi faciles, dans lesquelles la force s’exerce et où la vanité s’amuse, le maniement des chevaux de race et la société des femmes perdues.


Madame Bovary. Moeurs de province. Gustave Flaubert.  Le livre de Poche, 1983. Page 84

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