sábado, 29 de marzo de 2014

La trabajadora. Elvira Navarro

    Además,  adoro que se abran brechas, que no todo discurra según lo esperado. Me gusta que se me averíe el coche en mitad de un viaje y hacer una noche en cualquier pueblo donde jamás había pensado detenerme, o que se vaya la luz, aunque hace mucho tiempo que no se va la luz, y todo se llene del olor a velas o del camping gas. Me gusta columpiarme en esa falla, pasar dos horas, o cuatro, o seis, o un día entero, sin hacer nada de lo que tenía planeado; entonces estoy cerca de que mis sentidos vuelvan a afilarse, como cuando era más joven. No obstante, lo prometedor de aquella jornada, en la que los viajeros comenzaron a pelearse como hienas para subirse en aquel avión, se esfumó. Me dispuse a gritar, pero al verme en aquella nube de empujones y excusas crispadas, abandoné el tumulto y me senté en el suelo. Decidí no pelearme con nadie.
pág 107
  
Antonio López García
 
-Me contó el chico que te acompañaba que eres escritora. 
Supongo que lo miré con fatiga. Se me pasó por la cabeza relatarle mi problema con la escritura, pero en el fondo lo que me ocurría no tenía que ver con la escritura, sino conmigo. La escritura era un escenario más de mi miedo.
- No tengo vocación -dije.
pág 96



Antonio López García


Roissy dibujaba un paisaje similar, que no será nunca como el de Madrid, y no porque entre las afueras de cualquier ciudad no florezcan lugares sin marcas de la casa, sino por una simple cuestión de luz. La meseta es distinta, no hay matices en el aire, es como si la atmósfera cayera a plomo y las nubes no escanciaran su humedad. Hay algo demasiado alto, demasiado áspero  y reseco.
pág 109


 Elvira Navarro. Random House.

viernes, 21 de marzo de 2014

Juraría que he sido feliz...


                                                      Juraría que he sido feliz
                                                      una vez en la tierra.
                                                      Pero tú no lo sepas, mi alma
                                                      pero tú no lo sepas.

                                                      No sé el día, el año tampoco,
                                                      ni el siglo siquiera,
                                                      ni si fue de mañana o de tarde
                                                      o noche serena.
                                                     Pero yo juraría que un día
                                                     fue la paz de la guerra.

                                                    No sé quién estaba conmigo,
                                                    si era blanca o era morena,
                                                    ni si era de amor o del solo
                                                    temblor de la yerba.
                                                    Pero yo juraría que fue
                                                    verdad verdadera.

                                                    Yo de cierto no sé si fui yo
                                                    o fue otro cualquiera:
                                                    sólo que era feliz y que toda
                                                    la vida lo era.
                                                    Pero tú no lo sepas, mi alma,
                                                    pero tú no lo sepas.
 Agustín García Calvo

viernes, 14 de marzo de 2014

En las celdas de la mente y del corazón de Virginia Woolf

 La ventana 

Grust, verano 2013
Sentada en el suelo, abrazada a las rodillas de la Señora Ramsay, se apretaba lo más posible contra ella y sonreía al pensar que su anfitriona nunca sabría el motivo de aquella presión, y se imaginaba cómo, en las celdas de la mente y del corazón de la mujer en contacto físico con ella, se hallaban, como los tesoros de las tumbas de los reyes, tablillas con inscripciones sagradas que, si uno fuera capaz de deletrear, se lo enseñarían todo, pero que nunca se ofrecerían abiertamente, nunca se harían públicas. ¿Qué arte había allí, accesible tan sólo al amor o a la astucia, gracias al cuál se conseguía el acceso a aquellas celdas secretas? ¿Qué procedimiento para, gracias a una fusión inextricable, pasar a formar parte del objeto adorado, a la manera de las aguas que se confunden dentro de un recipiente? ¿Podría lograrlo el cuerpo, o la mente, realizando mezclas sutiles en los intrincados pasadizos del cerebro, o del corazón? ¿Acaso el amor, como la gente lo llamaba, podía hacer un solo ser de ella y de la Señora Ramsay? Porque no era conocimiento, sino unión lo que ella deseaba, no inscripciones en tablillas, nada que pudiera escribirse en idioma alguno conocido de los hombres, sino la intimidad misma, que es conocimiento, tal como ella la había sentido al apoyar la cabeza sobre la rodilla de la Señora Ramsay.
No sucedió nada, nada en absoluto, cuando apoyó la cabeza en la rodilla de la señora Ramsay. Y, sin embargo, ella sabía que en el corazón de su anfitriona se acumulaban conocimientos y sabiduría  ¿Cómo, siendo así, se pregunto, se podía llegar a saber algo de la gente, cuando resulta que todas las personas están herméticamente cerradas?
Virginia Wolf, Al faro.
Alianza Editorial, pág 63

Liérganes, verano 2013

viernes, 7 de marzo de 2014

"Vivir libre, como la propia imagen reflejada en el espejo". Montaigne en el espejo de Zweig.

En general, en la primera versión de los Essais, la que menos dice de su persona, es en realidad la que más dice. Es el Montaigne auténtico, el Montaigne de la torre, el hombre que se busca a sí mismo. En ella hay más libertad, más sinceridad. Ni el más sabio escapa a la tentación. Primero quiere conocerse; después, mostrase como es. 
[pág 66]


El único error, el único crimen es querer encerrar la diversidad del mundo en doctrinas y sistemas, apartar a otros hombres de su libre albedrío, de lo que realmente quieren, y obligarles  a querer algo que no está en ellos. 
[pág 80]

Solo la distancia exterior hace posible la interior: "Tan pronto como salgo de casa, me despojo de todos estos pensamientos. Y si entonces en casa se derrumbara una torre, lo sentiría menos que si ahora cayera una tabla del techo" Quien se limita a un lugar pequeño, cae en la estrechez. Todo es relativo. Montaigne repite sin cesar que lo que llamamos preocupación no tiene un peso específico, sino que nosotros lo aumentamos o disminuimos. 
 [pág 87]

"En la casa, en el estudio, en la caza y en cualquier otro ejercicio, hemos de entregarnos hasta los últimos límites del placer, y evitar comprometernos más allá, donde el dolor empieza a intervenir". No hay que dejarse llevar por el sentimiento del deber, por la pasión o por la ambición más allá de donde uno quería y quiere ir, hay que comprobar sin descanso el valor de las cosas, no sobrevalorarlas, y acabar cuando acaba el placer. No convertirse en esclavo, ser libre. 
 [ pág 78]

 "La suprema felicidad del pensador es 
haber explorado lo explorable y venerar
serenamente  lo  inexplorable"                
GOETHE
Máximas y reflexiones
[pág 59]

Stefan Zweig, Montaigne, Ed. Acantilado