domingo, 27 de diciembre de 2015

"Yo era una niña con un libro: era una mujer con su amante"

  



 Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente cres­po, medio amarillento. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía éramos chatas. Como si no fuese suficiente, por encima del pecho se llenaba de ca­ramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historias le habría gusta­do tener: un padre dueño de una librería.

    No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos: incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del padre. Encima, siempre era algún paisaje de Recife, la ciudad donde vivíamos, con sus puentes más que vistos. Detrás escribía con letra elaboradísima palabras como «fecha natalicia» y «recuerdos».

    Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras ha­ciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura ven­ganza. Cómo nos debía odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, delgadas, altas, de cabello libre. Conmigo ejerció su sadismo con una sere­na ferocidad. En mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pi­diéndole prestados los libros que a ella no le interesaban.

   Hasta que le llegó el día magno de empezar a infligir­me una tortura china. Como al pasar, me informó que tenía El reinado de Naricita, de Monteiro Lobato.

    Era un libro gordo, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría...

Clarice Lispector, Felicidad clandestina, 
Barcelona: Grijalbo Mondadori, 1997. 
Páginas 7 y 8  

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